Urashima Taro el pescador

Hace mucho tiempo, en una aldea costera de las lejanas tierras del Japón, existió un pescador llamado Tarô Urashima.

Urashima vivía en una humilde cabaña con su anciana madre, a la que cuidaba con gran cariño. Gran parte del pescado que capturaba en sus salidas al mar, en lugar de venderlo, se lo daba a ella para que pudiera comer. Por eso se esforzaba siempre en pescar todo lo que pudiera y se sentía muy preocupado cuando la pesca era escasa, como le sucedía últimamente.

Cierto día en que Urashima regresaba a casa con las manos vacías, muy afligido por no haber logrado capturar ni un sólo pez y preocupado por no poder darle nada a su madre, le ocurrió una cosa maravillosa. Mientras caminaba por la playa, se encontró de repente con un grupo de pilluelos que estaban maltratando a una pequeña e indefensa tortuga. Le daban patadas, la ponían del revés sobre su concha, e incluso uno de ellos empezó a darle golpes con una vara.

Urashima, sintendo lástima de la tortuga, rogo a los niños que la dejaran en paz y le permitieran devolverla al mar. Pero los niños se negaron.

"¿Devolverla al mar, dices? ¡De eso nada! Esta tortuga la venderemos en el mercado del pueblo".

"En ese caso, vendédmela a mí", respondió Tarô. "No tengo dinero, pero os puedo dar mi camisa a cambio".

Los niños aceptaron el trato, considerando que una camisa vieja y harapienta era mejor que nada, y le entregaron la tortuga a Urashima. Éste la llevó al mar y la puso inmediatamente en libertad. La tortuga, antes de marcharse, asomó la cabeza por encima de la superficie del agua y saludó a Urashima con una reverencia en señal de agradecimiento.

Tras liberar a la tortuga, Urashima regresó a su casa, con las manos vacías pero contento por la buena acción que había realizado.

"Lo siento, madre", fue lo primero que dijo al entrar en casa, "hoy tampoco he podido pescar ni un sólo pez. Y además he tenido que darle mi camisa a unos niños para que dejaran de maltratar a una tortuga."

"Tranquilo", respondió la anciana, "has hecho lo que debías. No te preocupes por no haber podido traerme nada de comer".

"Mañana será muy distinto, seguro que conseguiré pescar muchos peces".

Al día siguiente, Urashima se hizo a la mar en su barca desde antes de que saliera el sol, pero tampoco en esta ocasión consiguió pescar ni un sólo pez. No obstante, en un momento dado, notó que el hilo de su caña se tensaba repentinamente. Al cabo de un momento, apareció sobre el agua la cabeza de la tortuga a la que había salvado el día anterior.

"Tarô Urashima, te ruego que subas a mi espalda", habló la tortuga.

"¿Cómo voy a subirme a tu espalda, con lo pequeña que eres?", respondió Tarô.

Tú no te preocupes y súbete a mi espalda", insistió la tortuga. Y Urashima se decidió a hacer lo que el animal le pedía, y con gran sorpresa suya, al poner los pies sobre el caparazón de la tortuga, ésta se hizo mucho más grande, de forma que podía transportar al pescador con holgura.

Nada más sentarse sobre el caparazón de la tortuga, Urashima se vio envuelto en un profundo y agradable sueño.

Al despertar, Urashima comprobó que se encontraba en un lugar totalmente desconocido. La tortuga le había transportado por las profundidades del mar hasta el maravilloso Palacio del Dragón (Ryûgû-jô). Frente a él, una hermosa princesa (otohime) le saludó.

"Tarô Urashima, espero que hayas tenido un buen viaje y que hayas descansado bien", le dijo la princesa, con voz dulce, mientras le tomaba de la mano. "Yo soy aquella tortuga a la que ayudaste ayer. Siempre que quiero salir al mundo de la superficie, tengo que cambiar de forma. Me convertí en una tortuga y salí al exterior, y tuve la mala suerte de ser capturada por aquellos niños. Seguramente me habrían matado de no haber sido por ti, y quiero darte las gracias por haberme salvado. En agradecimiento, te mostraré las maravillas del Palacio del Dragón. Te ruego que te quedes aquí para siempre."

Y así lo hizo. La princesa sentó a Urashima en una magnífica silla y le ofreció un espléndido banquete, con los manjares más exquisitos que el buen pescador había probado nunca. Después le tomó de la mano y le mostró hasta el último rincón del Palacio submarino del Dragón, un lugar de ensueño repleto de las maravillas más inimaginables.

Urashima pasó tres largos años en el Palacio del Dragón, disfrutando de los más deliciosos banquetes y de la amabilidad de su anfitriona, la princesa, y sus sirvientes. Pero, aunque allí se encontraba muy a gusto, llegó un momento en el que sintió preocupación por su anciana madre, y rogó a la princesa que le permitiera volver al exterior, ya que temía ser castigado por los dioses si no lo hacía.

La princesa aceptó, y como regalo de despedida, le ofreció a Urashima tres preciosas cajitas enjoyadas, montadas una sobre la otra. A continuación, volvió a convertirse en tortuga para transportar a Urashima, que de nuevo iba dormido sobre su caparazón, hasta la playa.

Al recobrar el conocimiento, Urashima se encaminó hasta su humilde cabaña, y cuál no sería su sorpresa cuando comprobó que de ella sólo quedaban en pie algunas vigas podridas y mohosas, como si hubieran llevado ahí centenares de años. Pero no era sólo eso lo que había cambiado, su aldea también estaba completamente distinta y nadie parecía reconocerle.

Urashima, totalmente desorientado y confuso, se acercó a un monje para preguntarle qué había sucedido durante su ausencia, y éste pensó que Urashima le estaba gastando una broma y no quiso creerle cuando le dijo su nombre. El monje le explicó que hace trescientos años había vivido en aquella aldea cierto pescador llamado Tarô Urashima, pero que un día desapareció en el mar mientras pescaba, y nadie volvió a saber nada de él. Se le había dado por muerto e incluso tenía su tumba erigida en el cementerio de la aldea.

Naturalmente, Urashima se encaminó rápidamente a comprobar las palabras del monje, y quedó totalmente abatido al ver que eran ciertas. Se dio cuenta de lo que había ocurrido y al momento le invadió una profunda tristeza. No eran tres años los que había pasado en el Palacio del Dragón como él creía, sino trescientos: un año allí equivalía a cien años en el mundo exterior.

Desolado, Urashima regresó a la playa sin saber qué hacer. En ese momento reparó en que aún conservaba en su poder las tres cajas enjoyadas que le había entregado la princesa, y decidió abrirlas para ver su contenido.
 
La primera cajita contenía unas blancas alas de grulla. De la segunda salió una espesa columna de humo blanco. Y en la tercera había un espejo, en el que Urashima pudo ver reflejada su propia imagen, la de un anciano de larga barba blanca, en cuya espalda nacía un par de blancas alas.

Gracias a aquellas alas, el anciano Urashima, convertido en una grulla, pudo volar y surcar los cielos libremente.En primer lugar se dirigió hasta el lugar donde estaba su tumba, y la sobrevoló tres veces. Y después se adentró en el mar, y allí pudo ver a una gran tortuga que emergía a la superficie.

Quizás esa tortuga fuera la princesa... 

Sombra sentada a los pies


Sentimos mucho la demora de la subida de hoy, ha sido un día movido.

Así que sin más dilación aquí tenéis vuestra historia de terror japonesa de esta semana, que la disfrutéis!

Onryo


Un Onryo es un fantasma japonés que puede volver al mundo físico para buscar venganza.
Puede haber Onryo masculinos, principalmente procedentes del teatro kabuki, pero la mayoría son mujeres. Impotentes en el mundo físico, a menudo sufrieron en vida de los caprichosos deseos de sus amantes masculinos, pero tras la muerte su espíritu llega a ser muy fuerte.


El tradicional mundo de los espíritus japonés encapa al Yomi en un extremo, y al mundo físico en el otro. Intermedio esta un tipo de purgatorio, una zona de espera incierta y ambigua en donde los espíritus languidecen antes de moverse de ahí. Los fantasmas en este estado intermedio que fueron influidos por emociones poderosas tales como el rencor, el amor, los celos, el odio o la pena pueden regresar de este espacio al plano físico donde pueden espantar e infringir terror a sus torturadores Terrenales.


Manejados por su deseo de venganza, raramente siguen los ideales Occidentales de la venganza justificada. Por ejemplo, varios cuentos implican a maridos abusivos, pero estos maridos son raramente el objetivo de la venganza. Por ejemplo:

· Como la Esposa de un Hombre que llego a ser un Fantasma Vengativo y Como Su Malignidad Fue Desviada por un Maestro de la Adivinación - Una esposa descuidada es abandonada y dejada morir. Se transforma en un Onryo y atormenta una aldea local hasta ser desterrada. Su marido queda ileso.
· De una Promesa Rota - Los votos de un samurái a su esposa agonizante de nunca volver a casarse. El pronto falta a la promesa, y su difunta esposa decapita a la nueva novia.
· Furisode - Una mujer angustiada maldice su kimono famosamente hermoso antes de morir. Poco después, todas aquellas que llevan la prenda de vestir mueren pronto.

Tradicionalmente, Onryo y otros yurei no tuvieron una apariencia particular. Sin embargo, con el aumento de la popularidad de Kabuki durante el periodo Edo, un disfraz específico fue desarrollado. Sumamente visual en su naturaleza, y con un solo actor a menudo asumiendo varios papeles dentro de una escenificación, el Kabuki desarrollo varias técnicas visuales que permitieron a la audiencia a instantáneamente intuir en cuanto a cual personaje esta en el  escenario, así como acentuar las emociones y las expresiones del actor.


Un disfraz del fantasma consiste en tres elementos principales:
· El kimono blanco de luto
· Cabellera negra, larga y despeinada
· Maquillaje de cara blanco y anil llamado aiguma

Los 47 samurais


La leyenda de los 47 Ronin, o de los 47 Samuráis, como también se la conoce, es una historia real, muy conocida en Japón y una de las narraciones que mejor refleja el código delBushido, la dedicación, sacrificio y entrega por el ideal de los samuráis.

En Japón estaba presente desde el siglo XII, el sistema de gobierno del Bakufu oShogunato, y durante la Era Edo (1603 -1868), el poder lo ejercía el Shogun Tokugawa. A inicios del siglo XIII, Tokugawa Tsunayoshi gobernaba desde Edo (antigua Tokio), mientras que el Emperador, que vivía en Kyoto, era solamente una figura representativa sin prácticamente ningún poder político.

Para mostrar respeto al Emperador, Tokugawa le envió regalos y emisarios con motivo de la celebración del Año Nuevo y a su vez, el Emperador envió a sus propios representantes a Edo en marzo de 1701. Para recibir a los emisarios imperiales, el Shogun nombró a dos jóvenes Daimyos (señores feudales) como anfitriones de la Corte Imperial. Uno de estos Daimyos era Asano Takumi No Kami Naganori, a quien se le asignó a un destacado maestro de protocolo de la corte, el Señor Kira Kozukenosuke Yoshinaka. Éste esperaba a cambio de su labor, una compensación económica, pero para Asano sus servicios debían entenderse como un deber y un honor. Con el paso del tiempo, la rivalidad y las malas relaciones crecieron entre ambos y desembocaron en un enfrentamiento en Abril de 1701. Kira insultó a Asano públicamente, instándolo a desenvainar su espada. Asano respondió y blandiendo su katana, hirió levemente a Kira. Asano, a consecuencia de este hecho, fue encarcelado y llevado a juicio.

Asano, lejos de disculparse o defenderse, declaró que se arrepentía de no haber matado a Kira. El Shogun tomó la decisión de condenar a muerte a Asano y le ordenó realizar la ceremonia del Seppuku (el suicidio ritual). Además, le fue confiscado todo su patrimonio y se despojó a la familia Asano de todos sus derechos hereditarios. Por último, Asano Daigaku, hermano del condenado, fue encarcelado.

Esta extrema sanción produjo un gran alboroto entre los sirvientes del fallecido Daimyo, incluidos sus más de 300 samurais. Algunos se manifestaron a favor de la aceptación de su suerte en silencio, asumiendo su nueva condición de Ronin, mientras que otros llamaron a la defensa armada del castillo e iniciaron una verdadera batalla contra el gobierno central. Ôishi Kuranosuke, consejero del clan Asano, instó a los sirvientes y samuráis a abandonar el castillo y a luchar pacíficamente para rehabilitar el nombre de la familia Asano. También, al mismo tiempo, indicó que debían prepararse para tomar venganza sobre Kira, opinión que finalmente prevaleció.

En consecuencia, un grupo de samuráis de Asano, ahora Ronins (samuráis sin señor), planificaron su venganza con calma y paciencia, fingiendo que renunciaban a la venganza mientras esperaban el momento adecuado. Algunos de los ronins se emplearon como comerciantes y vendedores ambulantes, mientras que otros, como el mismo Ôishi, fingieron haber perdido todo honor. Ôishi abandonó a su esposa y comenzó a frecuentar en Edo las casas de mala reputación, involucrándose con prostitutas y borrachos, y participando en peleas callejeras. El plan fue dando resultado y Kira, que inicialmente temía una venganza, bajó la guardia. En ese momento los Ronin se reunieron secretamente, decidiendo avanzar contra él. Ôishi eligió a los 46 Ronin que tomarían parte en la acción, enviando al resto con sus familias.

El 14 de Diciembre de 1702, los 47 se vistieron con sus armaduras y tomaron sus armas. Una vez llegaron a la mansión de Kira, se dividieron en dos grupos y atacaron a través de las partes delantera y trasera del palacio de Kira en Edo. El asalto fue un éxito, y aún cuando la batalla fue brutal, se consiguió el objetivo: Kira fue encontrado oculto en la parte trasera de la mansión y de inmediato fue llevado ante Ôishi, quien le ofreció la oportunidad de cometer suicidio ritual. Al no responder, Ôishi decapitó a Kira con la misma daga que Asano había utilizado en su sepukku. La cabeza de Kira fue puesta en un balde de agua y llevada al Templo Sengaku Ji, donde yacía enterrado Asano. Poco después Ôishi envió dos emisarios a comunicar al Shogun Tokugawa los hechos ocurridos esa noche.


El Shogun Tokugawa, impresionado por la lealtad de los 47 ronin, tuvo que tomar una difícil decisión: aunque los ronin habían actuado por honor, la ley le ordenaba sentenciar a muerte a los 47, por lo que tras muchos días de deliberaciones, Tsunayoshi ordenó que Ôishi y sus 45 hombres fueran ejecutados como guerreros honrados y honorables en una ceremonia ritual de Seppuku. El Ronin número 47, el más joven, fue librado de la pena y se le permitió regresar con su familia. El 4 de febrero de 1703, Ôishi y los otros 45 Ronin cumplieron con la orden llevando a cabo Seppuku, Tras su muerte, fueron enterrados en el templo Sengaku ji, junto a su señor.

La venganza de los 47 Ronin generó diferentes opiniones ya en el período Edo, dio lugar a una famosa obra japonesa que hoy en día sigue siendo una popular pieza de teatro Kabuki, el teatro tradicional japonés. En la actualidad, miles de japoneses visitan cada año la tumba de los 47 ronin en Sengaku ji para rendir homenaje a su honor, su lealtad y su entrega al código del bushido, literalmente, “el camino del guerrero”.