El oni que lloró


Había una vez un Aka-oni que vivía en una montaña cercana a una aldea.
Era un oni bueno, jamás había matado animales para comer, y cuando escuchaba las risas de los aldeanos quería acercarse para charlar con ellos y beber sake, pero los aldeanos, si llegaban a percibir su presencia por el olor nauseabundo que desprende, huían despavoridos.

El pobre Aka-oni quedaba frustrado en su intento por acercarse y  reír y charlar el también junto a los aldeanos. Aka-oni estaba triste.
Desde muchísimas leguas vino a visitarlo su amigo, Ao-oni, llamado así por el color de su piel azul cobalto.
Al encontrar a su amigo llorando, le pregunto el motivo.
-Solo quiero la amistad de los aldeanos, y sentir que ellos me quieren, tu sabes que me gusta la alegría –dijo Aka-oni entre sollozos.
Ao-oni que era muy sabio, lo escucho con profundo silencio, medito y le dijo:
-¡Tengo un plan! Yo, Ao-oni, atacaré la aldea, romperé los techos con mi bastón, gritare y aullare para darles miedo. Entonces apareces tu y proteges los aldeanos de mi violencia. Así ellos sabrán que eres bueno, y te aceptaran entre ellos –dijo Ao-oni con convicción.

Así lo hicieron, Ao-oni atacó la aldea y los aldeanos se aterrorizaron, hasta que vieron venir corriendo a Aka-oni que se arrojó contra Ao-oni y se trenzaron en un combate que hacía temblar la tierra y las montañas hasta que venció Aka-oni, arrojando a Ao-oni lejos de la aldea, tal era su fuerza.
Los aldeanos, agradecidos, le llevaron arroz mochi que es de los festejos, junto con sake dulce. Brindaron y rieron todos los días, y Aka-oni era se alegró por fin.
Pero Aka-oni no era totalmente feliz pues le debía esa felicidad a Ao-oni a quien no volvió a ver después de la pelea ficticia.

Envió entonces una carta a su amigo, diciéndole que lo extrañaba, era feliz con sus amigos los aldeanos pero le faltaba su mejor amigo.
Al tiempo recibió una carta de Ao-Oni que decía así:
“Querido amigo Aka-oni, me alegro que todo haya salido bien y tengas buenos amigos con quienes tomar sake y reír. Yo también te extraño pero no puedo visitarte porque si yo apareciera en tu casa, los aldeanos dudarían tanto de ti como de mi y perderías su confianza. Para que no tengas problemas, me voy a un largo viaje pero con cada paso te recordaré, amigo mío, pues mi ausencia es mi modesto regalo a tu amistad.”

Al leer esta carta Aka-oni lloró a gritos, comprendiendo que Ao-oni sabia las consecuencias de su consejo y el precio que debía pagar por cumplir su deseo.

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