El Mar del Japon, Nihonkai, es
oscuro y frío especialmente en el norte de Japón donde las aldeas son muy
pobres y caen 2 metros de nieve en una noche. Vivía en este mar, una sirena.
Ella desde el mar oscuro y frío,
contemplaba las luces de la aldea de pescadores y decía:
-Que helado es este mar! ay! si mi
bebe fuera criada con los seres humanos… Dicen que son buenos, y cuidarían a mi
bebe arropándola con telas bajo las luces tibias que veo desde aquí.
A la mañana siguiente un matrimonio
muy mayor, que venía a recolectar algas en la playa para comer, encontraron una
sirenita bebe hermosa.
El matrimonio se sorprendió, la
alzaron y arroparon y la llevaron a su humilde choza.
La sirenita creció bella y dulce.
La única diferencia era la cola de pescado que tenia. Pasaron los años y la
sirenita cumplió 13 años. Ella ardía en deseos de ayudar a sus padres
adoptivos. Los abuelos vendían velas blancas y se le ocurrió pintarlas.
Dibujaba cosas jamás vistas,
caballos de mar, ostras, algas de colores, perlas y pescados maravillosos. Las
velas se vendían cada día más, pues la gente empezó a ver que las noches de
tormenta, los pescadores que habían encendido una vela dibujada en el templete
rojo que miraba al puerto, eran protegidos aún en las tempestades más
terribles, y su barca volvía sano y salvo.
Cada vez había más pedidos de velas
pintadas, y la sirenita no daba abasto aunque pintaba desde el amanecer hasta
medianoche sin parar, los dedos agarrotados de tomar el pincel. Sin embargo
ella era feliz pues pensaba que así en algo devolvía gratitud a los abuelos que
la criaron.
Las velas se vendían muy caras, y
la codicia cambió a los abuelos.
Una vez vino un mercader de esclavos
a la aldea, y al ver a la hermosa sirenita, empezó a amontonar monedas de oro,
muchas más de las que los abuelos jamás habían visto en su vida.
Los ojos de los abuelos se nublaron
en su codicia y aceptaron vender a la sirenita.
La sirenita estaba desesperada pues
no comprendía bien que iba a ocurrir con ella. Cuando vinieron los esclavistas,
la arrastraron fuera de la choza.
Con las últimas fuerzas, la
sirenita pinto de rojo carmín las velas que quedaban.
Esa noche, la barca de los
esclavistas se hundió en medio de la tempestad más terrible que se conociera mientras
se escuchaban aullidos del viento como una mujer desesperada. Y a partir de esa
noche, cada vez que se prendía una vela roja en el templete del puerto, se
desataba una tormenta y desaparecían barcas y chozas de la costa.
Nadie sabía quien prendía las velas
rojas, pero fueron sucediéndose los días y la aldea quedo sin gente
permaneciendo únicamente el templo en la desierta costa.
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